sábado

EL LINYERA


Era común ver pasar hombres andariegos con un atado al hombro. Llamaban “linyeras” a esas personas que recorrían distancias llevando consigo sus pocas pertenencias.
En 1913 decían que los “linyeras” eran de origen italiano o turco, que no eran amigos de viajar en vehículos y preferían caminar sin importarles la distancia a recorrer.
Se diferenciaban de los criollos porque no cabalgaban. Peregrinaban de un lado a otro y en ocasiones se juntaban en grupos, especialmente de noviembre a febrero, época de la “gran cosecha”.
Estos grupos estaban formados por gente del mismo pueblo pero lo más común era que el linyera viajara solo, a lo sumo de a dos (se han visto hasta matrimonio y familia).
Entre caminata y caminata tendían sus campamentos siendo bien recibidos por todos. Y trabajaban en la cosecha.
Los campamentos se organizaban a la salida del sol, su menú estaba compuesto de mate cocido, carne asada y caña. Dormían la siesta al aire libre.
Algunos llevaban una carreta y todos la esperanza de encontrar el “jornal soñado de diez pesos”.

Guada Aballe

CUIDANDO LA SALUD

1-La visita al dentista.
Si a uno le dolía la muela; ¿dónde se podía ir?
El Dr Fernández Sanz inauguró su nuevo consultorio el 23 de febrero de 1906 en la calle Victoria (hoy Hipólito Irigoyen) 913, el cual había abierto por primera vez en el año 1901.
Fernández Sanz había regresado recientemente de Europa luego de haber pasado allí ocho meses. Durante ese viaje se dedicó a recorrer distintas clínicas en busca de asesoramiento a la vez que adquirió mobiliario e instrumental para su nuevo consultorio.
Por ese motivo, en el consultorio del Dr Sanz se podían hacer extracciones con anestesia general y se trabajaba con material esterilizado. Tenía un taller mecánico para fundir porcelanas y construir dientes o realizar obturaciones invisibles.
Tantas novedades atraían la atención de la prensa y de otros dentistas que con gusto asistieron a la reinauguración del consultorio.


2-El instituto médico internacional.
En 1905 los doctores Ricardo Marin y J. Páez instalaron en Rivadavia 1161 un instituto médico especializado para las enfermedades de la piel. Ambos profesionales tenían una trayectoria destacable, Marin en el hospital de Clínicas, el Rawson y el Hospicio de las Mercedes. Páez en las clínicas de Sommer y Aberasturi.
La casa donde funcionaba el instituto era “amplia y aireada”. Se trataban dolencias tales como eczema, psoriasis y lupus. Había un anexo en Cuyo (Sarmiento) 1470.


3-Un doctor particular
En Tucumán 529 estaba el consultorio del dr Piccinini. Otro consultorio con todos los adelantos de la época: rayos X y fototerapia.
El Dr atendía personalmente en su casa de lunes a viernes de 14 a 17 y los “festivos” de 9 a 11. Su especialidad eran las enfermedades de la piel, vías urinarias, estómago y “enfermedades de señoras”.
Tenía servicio para masajes y aplicaciones eléctricas y un gesto que lo honraba: ceder a otros médicos “su instalación radio-fototerápica todos los días hábiles de 2 a 5 pm”.


Guada Aballe

LAS VISITAS Y LOS BUENOS MODALES


¿Cómo debían hacerse las visitas en la sociedad porteña de la década del 10? ¿Qué normas de cortesía se respetaban? Aquí va una serie de curiosidades:
Las visitas de confianza (exceptuando las de negocios) se hacían de noche o entre las doce del mediodía y las cuatro de la tarde, siendo preferible en el caso que hubiese mucha confianza el horario de doce a una y de tres a cuatro. En casos justificados las visitas de poca confianza se podían realizar de noche.
Visitas de etiqueta o personas de poca confianza se hacían entre las doce y las cuatro de la tarde, prefiriéndose los siguientes horarios: de una a tres visitas de presentación, ceremonia y etiqueta; de doce a una y de tres a cuatro para la gente de poca confianza.
No era bien visto visitar a una persona que vivía de una profesión en las horas de trabajo si el objeto de la visita no estaba relacionado con la actividad de esa persona.
Se consideraba fuera de lugar a toda visita realizada antes del almuerzo excepto que tuviera como fin tratar un negocio urgente. Se decía que la mañana estaba destinada al arreglo de las personas y de la casa. Por supuesto no era recomendado hacer visitas a la hora de comer ni siquiera entre amigos de confianza.
La visita de presentación debía durar de quince a veinte minutos pudiendo extenderse hasta tres cuartos de hora en el caso de existir una cierta confianza en la casa donde es recibido pudiéndose llegar a prolongar unos diez minutos más.
Si al llegar a una casa se encontraba a la familia en reunión o pronta a salir había que retirarse discretamente, en el caso de haber sido visto e invitado a entrar se debía permanecer un corto plazo y luego retirarse.
Si una amistad debía visita y ocurría que perdía algún familiar o le sucedía un hecho desafortunado, se le hacía la visita de duelo o sentimiento sin tener en cuanta la visita que debía. Las visitas de duelo no se devolvían. Las visitas de agradecimiento tampoco salvo casos excepcionales.
Tampoco se devolvían las visitas de cumpleaños pero estaba la obligación de visitar a quien se hubiese acercado a felicitar cuando esa persona cumpliese años.
En caso de duelo podían permanecer a la hora de sentarse a la mesa solamente aquellos parientes y amigos de mayor intimidad en casos indispensables. Si la familia era corta y con pocas relaciones podían tenerse en cuenta familiares y amigos menos cercanos.
Las personas mayores no estaban en obligación de devolver las visitas que recibían de los jóvenes que no habían completado su educación o de aquellos que habían alcanzado una posición social aceptable.
No era costumbre llevar a los niños a las visitas.
Los deudos no recibían personalmente las visitas de duelo durante los primeros ocho días de la pérdida del familiar, se estilaba que los deudos pasaran los primeros ocho días junto a sus parientes más cercanos o amigos íntimos. Pasado el término solían recibir a las personas de mayor confianza.

Guada Aballe


COCINANDO


Algunas recetas de la cocina de antaño. Son de 1914 y al volcar las mismas respeté el vocabulario de la época. A ver si alguna lectora se anima y las pone en práctica. Buen provecho.

LENGUADOS AL HORNO
Rebócense en un batido de huevos y migas de pan dos o tres lenguados, suprimida su piel negra. Báñense en manteca derretida y colóquense uno al lado del otro en una fuente que pueda resistir al fuego. Cuézanse al horno durante un cuarto de hora, rociándolos con su manteca y sírvanse acompañados de unas ruedas de limón.

POTAJE A LA PARISIENSE
Córtense unos cuantos puerros en tiras de tres centímetros de longitud. Rehóguense en manteca. Cuando hayan adquirido un color rubio suficiente, cúbranse con caldo. Añádanse unas papas igualmente cortadas en tiras. Después de su perfecta cocción, viértase el todo sobre rebanaditas de pan y sírvase caliente.

GUISO A LA TURCA
Córtese un poco de carne de cordero o carne de vaca, añádase una cebolla picada, sal, arroz cocido y mézclese todo junto. Cuézanse algunas hojas de repollo por breves minutos y en ellas se envuelve la pasta a manera de chorizos pequeños, el todo se vuelve a cocer en un poco de agua mezclada con manteca.

ARVEJAS A LA INGLESA
En agua hirviendo pónganse a cocer (las arvejas) unos minutos, escúrraselas luego en un colador y échense en una cacerola con 50 gramos de manteca muy fresca de vacas, un terrón de azúcar y perejil picado. Muévanse bien para que se derrita la manteca y sírvanse en seguida con filetes de jamón frito.

Fuente: El Hogar, 17 de junio de 1914
El Hogar, 28 de enero de 1914


PRESERVANDO LA HIGIENE


Una de las grandes preocupaciones de la Asistencia Pública a comienzos del siglo XX era el mantenimiento adecuado de la higiene.
Tarea nada fácil en aquellos días. Los aspectos vinculados con la desinfección y saneamiento eran complicados pero veamos como se hacían cargo de la situación:
Si recibían la denuncia de un “caso infeccioso” la oficina central enviaba a un inspector a investigar el hecho para que a la vez dispusiera de las medidas adecuadas.
La cuadrilla luego asistía al lugar, lo desinfectaba y retiraba ropas para enviarlas a las estaciones sanitarias. A esas estaciones las ambulancias llevaban las ropas y las introducían en una estufa de desinfección (las cuales funcionaban a más de 115º). Salían de esas calderas ya desinfectadas para ser llevadas a otra habitación y así otra ambulancia podía transportarlas.
Las instalaciones de la Asistencia Pública también contaban con cámaras de desinfección a formol para los elementos que no podían ser sometidos a altas temperaturas.
Había estaciones sanitarias en Belgrano, la Boca, Barracas, Flores Norte y flores Sur (y un Parque Sanitario en San José 1536). Cada una estaba a cargo de un administrador, un inspector y un auxiliar. Cada una tenía dos cuadrillas fijas. El personal de desinfección estaba compuesto por veinte cuadrillas (que iban a domicilio). En un gran plano de Buenos Aires marcaban los casos infecciosos con alfileres blancos y los fatales con negros.
Otro desafío eran las ratas. Para ello la Asistencia Pública tenía destinada una brigada de empleados para combatir a los roedores.
Se valían de dos aparatos Marot, automóviles de desinfección y saneamiento; dos vehículos a tracción animal, seis aparatos Hartmann para desinfectar el agua, aparatos Gubba (suerte de batería de pulverizadores para exterminar ratas y hormigas). Para su trabajo contaban con cápsulas de anhídrido sulfuroso.
Responsables de los trabajos eran un jefe, dos inspectores, ocho capataces, ochenta trabajadores (subdivididos en veinte cuadrillas) No les faltaban perros ratoneros.
Los aparatos se guardaban en el Parque Sanitario de San José 1536.

Guada Aballe


EXPOSICIÓN ASIÁTICA


El atractivo por los objetos chinos y japoneses se tradujo en una importante casa comercial que funcionó durante algún tiempo en la esquina de Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini.
Se llamaba “Exposición asiática” y realizaba ventas al por mayor y menor promocionando más de 10.000 objetos distintos.
“Todo cuanto produce el extremo oriente se encuentra en la Exposición Asiática, siendo un placer admirar la perfección, elegancia y calidad de dichos artículos” decía su promoción.
¿Qué mercaderías podían encontrarse allí?
Géneros de seda, bordados a mano, cubremesas, cubrecamas, pañuelos, chales, sombrillas, kimonos, camisones, blusas, vestidos y trajes, jarrones de todo tipo, artículos en pocelana, marfil, carey, nácar, oro, plata, laca...
También se podían adquirir juegos de te y de mesa, todo de porcelana dorada en oro fino.
Biombos y juguetes, muebles de bambú y junco, baúles de “alcanfor contra la polilla”, hasta el té chino marca Globo, reputado por ser el mejor.
Ya se sabía, para conseguir artículos importados de China y Japón, a la Exposición Asiática de Tay Tong y Cía, Bartolomé Mitre esquina Carlos Pellegrini.

Guada Aballe

EL SANATORIO DE TEMPERLEY


Hace poco más de cien años el Sanatorio Temperley se encontraba a dos cuadras de la estación. Comenzó a funcionar en 1902, ocupaba dos manzanas y estaba rodeado por una verja cubierta de plantas. Un jardín se extendía por todo el terreno lleno de árboles y flores. El complejo estaba formado por dos edificios.
Al entrar a uno de ellos se veía una sala espaciosa y moderna para la época, con gramófomo (aparato para reproducir discos de pasta) y pianola. Ricas cortinas de seda bordada protegían las puertas y ventanas, no faltaban finos cuadros colgando de las paredes junto con plantas y flores adornando el ambiente.
Un escritorio con una biblioteca provista de libros españoles, ingleses y franceses.
En el comedor no faltaba nada, la cocina era un ideal de limpieza y estaba a cargo de un chef. Había también en el sanatorio dormitorios alfombrados con camas de bronce, roperos y muebles importados, cada dormitorio con su correspondiente cuarto de baño el cual contaba con ducha, bañera, lavatorio y espejo. Una curiosidad: se podía graduar la temperatura del agua.
En la planta alta había un hall con sofá, chaise longe y sillas para enfermos. La sala de operaciones con paredes y puertas esmaltadas de blanco tenía aparatos para esterilizar el agua, estufas, vitrinas con instrumentos y una gran mesa. Este sanatorio también ofrecía servicios de rayos X y gabinete para análisis microscópicos y de orina. El personal de enfermería era solícito hacia los pacientes.
El segundo edificio tenía también dos pisos y en su interior era similar al anteriormente mencionado. Entre ambos se hallaba la administración, cuartos para enfermeros y empleados (con comedor, sala y baños), detrás estaban la caballeriza y la cochera.
Los enfermos recibían una cálida atención permitiéndoseles ser atendidos por su médico de cabecera aunque no formara parte del plantel del sanatorio y recibir visitas.

Guada Aballe


PRIMERAS VICTIMAS

Lamentablemente desde que apareció el automóvil se produjeron accidentes que le costaron la vida a personas de todas las edades.
Se dice que la primera víctima de un accidente en las calles de Buenos Aires fue un niño de seis años. El día 10 de abril de 1903 Manuel Fuentes cruzaba la esquina de Paraguay y Florida. Un automóvil que venía por Florida conducido por un hombre de apellido Causele al llegar a la esquina chocó a la criatura. Manuel cayó al suelo y el vehículo le pasó por arriba muriendo el chico poco después.
Lo habían auxiliado el señor Causele, un policía y otras personas que en ese momento se encontraban presentes, todos habían quedado impresionados por la sangre y cara de terror que tenía el niño. Según Caras y Caretas (Nº 237, 18 de abril de 1903) fue el “primer caso de víctima fatal por el uso del automóvil en Buenos Aires.
Sabemos también quien fue la primer mujer víctima del automóvil en Buenos Aires: Teófila Luna de Mohr.
Teófila Luna era una respetada mujer en los círculos sociales de Buenos Aires. Nacida el 6 de febrero de 1848, fue madre del destacado concejal Alejandro F. Mohr. Nada podía hacer presentir el desgraciado final de esta señora.
A las cuatro y diez de la tarde del sábado 10 de febrero de 1906, el electromóvil nº 16 —un carruaje de la Compañía Nacional de Automóviles, guiado por Doroteo (o Dositeo) Vázquez— marchaba a toda velocidad por la calle Bartolomé Mitre, y sin disminuir su rapidez dobló en la esquina de Montevideo con dirección al Norte.
Teófila cruzaba la calle. El chofer del automóvil quiso hacer una maniobra para evitar atropellarla. A pesar de todo la embistió, y Teófila cayó en tierra, siendo apretada por las ruedas del vehículo. Una ambulancia de la Asistencia Pública acudió al lugar y se llevó a la señora de Mohr, pero sus lesiones internas fueron tan graves que falleció antes de que pudieran llegar.
Sus restos reposan en el Cementerio de la Chacarita en la bóveda de la familia Mohr. Puede verse que tiene un busto de Teófila.

Guada Aballe
El caso de Teófila Luna puede leerse en Del tiempo de Carlitos: Recuerdos de Gardel y su época, de Guada Aballe. Buenos Aires, Éditions de la Rue du Canon d'Arcole, 2006.

HACIENDO LA AMERICA


“Hacerse la América” era el sueño del inmigrante que veía estas tierras como la solución de todos sus problemas y el resurgimiento de una nueva vida llena de esperanza. Cientos y cientos de hombres y mujeres que llegaban al puerto de Buenos Aires repletos de ilusiones que para algunos se podían materializar y para otros no. Inmigrantes de Italia y España en su mayoría aunque también venían de otras naciones.
Un siglo atrás podían verse por las calles de Buenos Aires a muchas de estas personas intentando día tras día hacer realidad sus sueños. “Ahí pasan los gringos” decían los porteños de entonces...
Y los “gringos” trabajaban en dársenas, ferrocarriles, en la calle, en las fábricas. En ellos había mucha voluntad de trabajo y mucho esfuerzo. Habían llegado en un buque cargado de sueños y muchos comenzaron a trabajar ofreciendo sus artículos comerciales por la calle y en todos los sitios posibles.
Por la calle se veían vendedores de confites, de helados, el manisero (a quien solía verse distribuyendo maníes a los canillitas), los vendedores de gallinas, de yerbas medicinales,cigarrillos y fósforos, el típico carrito de frutas y verduras, otro de mercería, hasta confitería, bar, lechería y cocina ambulante.
El vendedor de fainá que pasaba con su caja de lata sobre la cabeza y el “tano laburante” vendiendo frutas gritando “manana, torano e pera”.
Tal vez otro más allá con una boina y pipa refunfuñaba “porca América” al ver sus esperanzas destrozadas y los bolsillos cada vez más vacíos; mientras que un paisano podía prosperar y dejar la venta ambulante para empezar con un puestito y edificar su casa si las ganancias iban cada vez mejor.
Así soñaron, triunfaron o sufrieron nuestros antepasados que nos enseñaron con sus fatigas, desvelos, frutos cosechados, lágrimas derramadas, sacrificios y esfuerzos que tan solo a través del trabajo y la perseverancia se puede construir un futuro.
Muchas gracias a ellos por todo lo que nos enseñaron cuando vinieron “a fare l’América”.

Guada Aballe

AL ANTIGUO CEPO

¿VAMOS A TOMAR ALGO?
A comienzos del siglo XX, ¿qué opciones había para ir a comer o tomar algo? Sería imposible enumerar todos los sitios disponibles pero traeremos a la memoria una fonda, un bar, una confitería y (aquí la sorpresa) un local de autoservicio que los porteños podían elegir noventa años atrás.
Comencemos por el restaurante. Se podía encontrar sobre la calle Bartolomé Mitre a media cuadra de la estación Once un restaurante con alojamiento llamado “LA ANTIGUA FONDA DEL CEPO”.
Desde su vidriera se veían una docena de naranjas, otra de mandarinas, una media docena de pejerreyes fritos, apio, hinojos y tomates, hasta costillas de ternera y costillas de cerdo de tanto en tanto.
El comedor servía al mismo tiempo de bar porque allí mismo se despachaban las bebidas y era bastante oscuro.
Esa casa de comidas era anterior a 1860 (se ha sugerido 1856 como fecha de inauguración) y debía su nombre al apellido de su primer dueño, un inmigrante italiano. Como cabe suponer, la fonda se especializó en comida italiana como ravioles y tallarines, gozó de gran popularidad desde sus comienzos debido a que hacia la fecha de su fundación no había en el centro tantos grandes restaurantes ( el otro restaurante conocido era el COCODRILO en la calle Pedro Mendoza).
En 1917 la antigua fonda del Cepo seguía manteniendo sus características originales hasta en el mobiliario de las habitaciones que disponían para alquiler de los pensionistas. Esta tradición fue sostenida por sus diversos dueños.( Han sido dueños de “La antigua fonda del Cepo” los Porcel, Esteban Echineli, Enrique Briganardello, Luis Cattaneo y Juan Fernández.)


Interior de la Fonda del Cepo

Si se deseaba tomar algo en un bar, en la esquina de Rivadavia y 25 de mayo se inauguró en 1906 el “CAFÉ BAR FUENTES”propiedad de los hermanos Isidoro y Esteban Fuentes. Era un local de lujo, muy iluminado, con lámparas eléctricas, espejos biselados, cristalería, tallas de madera de fresno estilo “art noveau”. Sus dueños también eran propietarios del “CAFÉ SIN NOMBRE” ubicado en la esquina de Paseo de Julio (hoy Leandro Alem) y Rivadavia, un local bastante frecuentado pero mucho más modesto y sencillo.
Para comer algo dulce una elección acertada era la gran confitería y pastelería “LA EUROPEA” propiedad de José y Carlos Rella que se inauguró el 28 de junio de 1907.
Estaba ubicada en Rivadavia 2699 y se dividía en dos salones: de una lado se encontraban las mesas y el mostrador (para consumidores), del otro el local de venta de artículos de confitería y repostería (para compradores).
Se vendían masitas, dulces, postres, roscas, bombones, caramelos, confites, hasta vinos y licores (el taller donde se elaboraban los productos de repostería y confitería estaba dirigido por uno de sus dueños). Las especialidades de la casa eran el pan dulce a la genovesa y a la milanesa; los bizcochos y budines.
Y nos queda el autoservicio que como veremos no es un invento de nuestro tiempo. Anunciado como “la última palabra en el lunch higiénico”, apareció en 1907 el “BAR AUTOMAT”. Se encontraba en Bartolomé Mitre 463.

Este bar ofrecía a sus clientes el despacho automático de cerveza, refrescos y sánguches (en la fotografía vemos a un señor sirviéndose bebida). Fue el primer establecimiento en Buenos Aires de esas características, un verdadero precursor de los actuales locales de autoservicio.
Guada Aballe

A LOS RICOS HELADOS


¿Había helados a comienzos del siglo XX?
Sí, había y muy ricos. Una de las grandes heladerías del pasado fue “La armonía” propiedad de los hermanos Caneda, anunciada como “casa especial de helados” que tuvo una exitosa temporada en el verano de 1906. Tanto, que llegó a instalar su propio laboratorio para poder enviar sus helados hasta los “pueblitos del campo” como decía su anuncio publicitario promocionando la casa.
Destacaba el laboratorio de helados por la higiene de sus instalaciones, heladeras movidas a electricidad (todo un avance), por ese motivo se decía que los helados eran los “Más frescos y abundantes de los que se hacen en la capital”.
La conservación estaba garantizada por 48, 56 y 74 horas, de esta manera podían enviarlos a localidades próximas a Buenos Aires.
“La armonía” ofrecía una variedad de sabores que aventajaba a las otras casas, especialidades como Cassata, Spumone, Pompadour, queso a la napolitana eran promocionadas a la vez que cremas con sabores tradicionales.
¿Dónde estaba esta casa? En Avenida de Mayo 1002-1018 y Buen Orden 67 a 73. Y un detalle: ¡también recibían pedidos por teléfono!

Guada Aballe

ASEGURANDO VEHÍCULOS


Existió hace cien años una institución llamada “La aseguradora de vehículos” cuyo fin era, como su nombre lo indica, indemnizar los vehículos asegurados de accidentes sufridos.
Esta empresa se constituyó bajo de dirección de los señores Dr Lino Cárdenas y Cecilio Martínez de Sucre.
Visto como un proyecto de progreso que equiparaba a la ciudad de Buenos Aires con las grandes capitales europeas, la compañía aseguraba desde coches de alquiler y carruajes hasta carros de trabajo.
En los momentos de su creación contaba con un capital propio de 500.000 pesos moneda nacional y ya a los treinta días de su existencia contaba con 5.266 asegurados además de haber pagado 30 cheques cubriendo hasta la destrucción completa del carruaje o carro.
¿Cómo funcionaba este seguro?
De manera muy sencilla.
El socio pagaba a la compañía una cuota mensual.
La aseguradora indemnizaba los daños que sufriera el vehículo: choques, rozaduras, caídas de caballos o desbocamientos de los mismos. Se hacía cargo de los arreglos que eventualmente hubiera que hacer.
A los vehículos que aseguraba los hacía pintar dos veces al año y barnizar una.
Y para mayor placer de los socios, había premios:
El coche que hubiera dado menos gastos de arreglo durante el año recibía una victoria valuada en 1.200 pesos. (Una victoria era un pie de ascenso para pasajeros).
El cochero del coche premiado recibía 100 pesos de premio.
“La aseguradora de vehículos” tenía un simpático carro para publicidad que paseaba por las calles céntricas de Buenos Aires promocionando la compañía y es el que vemos en la fotografía que ilustra este artículo.

Guada Aballe

TESTIMONIOS DEL PASADO LEJANO II


Don Carlos Villabós llegó a una avanzada edad al año 1914. Y siguió trabajando, según él, “defendiendo presos”, consideraba que “trabajar es vivir”.
Interrogado acerca de sus recuerdos por el ávido periodista de “El Hogar” contó como había salvado la vida tras la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852. El había estado en la batalla como ayudante de Chilavert.
Habían acampado en Caseros el día 2 al clarear el día. El 3 de febrero a las siete de la mañana don Carlos vio a Juan Manuel de Rosas montado en un brioso caballo oscuro.
Carlos Villabós recordaba el diálogo entre Rosas y Chilavert:
“-¿Qué le parece la línea?
-Está pésima, excelencia. Esta es la obra de los traidores.
-Rompa el fuego en cuanto vea la bandera de Urquiza”
Y esa fue la última vez que Villabós vio a Rosas.
Los recuerdos de la batalla de Caseros estaban en su mente: Chilavert había sostenido la defensa varias veces, la aparición de Catriel al mando de 200 aborígenes armados a lanza arrojándose contra las filas de Urquiza...”Los indios murieron en su totalidad”.
Horas más tarde fueron rodeados por varias divisiones de caballería y las fuerzas federales estaban derrotadas. Herido en un brazo, don Carlos huía a caballo pero el animal se cayó y fue alcanzado por un grupo de correntinos. Le arrebataron las espuelas y un soldado preguntó al cabo si lo degollaba. La respuesta de éste lo salvó: “No, no lo degollés, hombre, que es oficial y nos puede servir”.
Fue Villabós testigo cuando el día 4 Chilavert recibió la notificación que sería fusilado: “Yo lo vi morderse el bigote de rabia” y que Chilavert fue ejecutado en la costa del Maldonado “sin que sus labios dejaran escapar una sola queja”.
Antes de Caseros Villabós había sido escribiente de Rosas desde el 20 de octubre de 1851. Sostenía que “Rosas no fue el déspota que pinta la historia” y escribió de su puño y letra una notita para ser publicada en la revista que decía. “El gobierno de Rosas fue un gobierno bueno dentro de la época. Carlos B. Villabós”.
Se publicó en “El hogar” Nº 250, 25 de enero de 1914.

Guada Aballe

TESTIMONIOS DEL PASADO LEJANO


Cuando hojeamos antiguas revistas y nos encontramos frente a personas que daban su testimonio “del pasado” estamos frente a una verdadera perla.
Personas nonagenarias de la década del 10 dando testimonio “de su pasado” nos remontan a épocas verdaderamente históricas.
Tal fue el caso de Bernardina Arriola nacida en Dolores el 20 de mayo de 1816. Casi centenaria vivía en una casa de las afueras de Buenos Aires cuyo silencio se interrumpía por el canto de los pájaros.
Fue reporteada por “El Hogar” en 1914. Bernardina estaba remendando una pollera que, según ella, tenía treinta años y había estrenado para el nacimiento de uno de sus nietos. Al respecto dijo: “Ahora ya no se hace esto. La gente gasta lo que no tiene. Por eso hay tanta miseria y tantos que roban”.
Para ella en la década de 1830 “se vivía mejor que ahora” (ese ahora era 1914). Bernardina a sus 98 años todavía remendaba polleras y se ocupaba de las tareas de la casa. Nunca supo lo que era un dolor de muelas y a sus años todavía rompía las nueces con los dientes. Conocía infinidad de cuentos de campo, con brujas, ánimas, gigantes, pájaros cantores y reyes. Sabemos que tuvo una hija, Bartola, que murió a los 17 años. Conservaba sus documentos en el fondo de un baúl. Tenía en su casa un banco de 150 años de antigüedad que había pertenecido a su padre José Arriola. Y vivía llena de recuerdos.
Muchos de esos recuerdos eran de la época de Rosas, hasta había visto fusilar a un desertor. Recordaba que era obligación asistir a Misa con un moño rojo en la cabeza y que una vez el comandante militar se enteró que algunas mujeres se sacaban la escarapela una vez dentro del templo. Se dio la orden que quien no llevara moño le fuera pegado “con bleque”. Bernardina tenía una amiga llamada Carlota a quien se le había ocurrido castigar al que pegaba los moños. Un domingo por la mañana se llenó los bolsillos de estiércol y fueron a la iglesia; cuando el hombre le preguntó a Carlota por el moño ella lo abrazó tirándolo al suelo y antes de que el pincel la alcanzara le embadurnó la cara con estiércol.
Se quejaba que en los libros se decían mentiras y ocultaban verdades: “De Rosas se niegan detalles importantes que hablan a favor del hombre. Créame, no todo han sido espinas en la vida del dictador. También hubo flores que se tratan de desconocer”, pero no quiso extenderse en detalles porque “Será mejor que calle, pues todavía en mi país no hay suficiente libertad para decir verdades”.
Su estilo de vida era simple: mate, poca comida pero respetando horarios, frutas y agua como bebida. Nos despedimos de Bernardina Arriola con una de sus frases: “¿Qué saben los modernos de las cosas viejas?”
Guada Aballe

CURIOSAS CASITAS


En el año 1907 la compañía “La aseguradora del Plata” que atendía en Avenida de Mayo 822 había levantado dos casas en las cercanías de la estación Wilde, en “Villa Jurado”.
Esas casas iban a ser rematadas en enero de 1908 y se las llamó las “casas económicas”. Fueron construidas por Alejandro Guerrini, hechas de cemento armado sobre madera. Decían que ese sistema de construcción economizaba un 50 o 60% el costo ordinario.
El comprador recibía muchas facilidades de pago si deseaba adquirir esas casitas: debía pagar primero un 20% del total y el resto abonarlo hasta en 100 cuotas mensuales con un interés del 10% anual.
Las casas tenían un lindo jardín y reja, circundados por una vereda de mosaico, vestíbulo también de mosaico y balaustrada de mármol, sala comedor de 6,50x4 metros, sótano, dos dormitorios, cocina, baño, bomba de agua (de segunda napa). Pisos de pinotea, ventanas con banderolas y techos decorados con rosetones.
Tanto entusiasmo despertaron esas casitas que la compañía había tomado la decisión de edificar propiedades de ese estilo en diversos puntos de Buenos Aires, comenzando por seis casas en el barrio de Liniers frente a la calle Larrazábal.
¡Y la verdad es que viendo en la fotografía las casitas dan ganas de comprarlas!

Guada Aballe

LA PERLA NEGRA


“La perla negra” fue una famosa joyería que funcionó en Avenida de Mayo 729.
Este comercio tenía la particularidad de exponer su mercadería como si de un museo se tratase. Las joyas se exponían en vitrinas y cada una estaba marcada con su precio, los empleados de la casa solo se acercaban a los potenciales clientes si estos lo solicitaban.
Su propietario era Julián Mirabelles.
En las largas vitrinas el espectador tenía un gran surtido de joyas que variaba desde aquellas accesibles a una persona humilde hasta otra de clase más acaudalada.
La joyería ofrecía también joyas europeas gracias a que don Eugenio Mirabelles desde Europa cumplía la función de enviar las novedades desde Londres, Paría, Viena y demás capitales europeas.
Todas las joyas venían acompañadas de sus correspondientes certificados de garantía.
Llamaba la atención en la época (1911) que el cliente gozara de la libertad de recorrer el negocio a su gusto y mirar la mercadería. Las vitrinas estaban cerradas con llave y solamente cuando el cliente lo llamaba el vendedor se acercaba para mostrar la joya.
Se insistía en esta característica.
En “La perla negra” personas de todas las clases sociales podían adquirir alhajas, relojes, brillantes, platería. Anunciaba vender un “30% más barato que las demás joyerías” y por lo menos cuatro carteles anunciaban “entrada libre” invitando a recorrer el local.

Guada Aballe

lunes

EL BAR RECORD



En 1906 el bar "Record" fue reinaugurado. Estaba en Santa Fe 2470 y era propiedad de los señores Alvarez y Fernández.
Contaba con un hermoso salón de billares, aireado y con claraboyas que permitían el paso de luz natural.
Ventiladores de techo y luz eléctrica daban cuenta de un lujo para la época. Las maderas que lo revestían eran de cedro esculpido y modelado de tal manera quer sus marcos eran originalísimos. Los refrescos y licores que se consumían eran de primera calidad, el café era la especialidad de la casa.