“Proteger asistir y preservar,
moral y materialmente, a los menores vendedores de diarios y periódicos,
llegando su asistencia cuando lo consideren necesario hasta las familias de los
mismos”
Del estatuto de la Casa del Canillita.
No fue fundada por ella, sino por
un grupo selecto de damas de la sociedad argentina en 1929, pero un día Clara
Figueroa Alcorta, hija del ex primer mandatario argentino, se hizo cargo de la
presidencia de la Casa
del Canillita
Clara seguro contribuyó a que
fuera una de las obras de asistencia social más importantes de la época. La Casa del Canillita funcionaba
en Lavalle 1664 y podemos decir que era completa. Brindaban su ayuda a los
vendedores de diarios, entre ocho y dieciséis años, gran parte de ellos de
familias carenciadas.
¿De dónde obtenía la Casa sus ingresos? De cuotas
de socios, beneficios, colectas autorizadas, donaciones, subvenciones,
intereses del capital social…y lo invertían en pagar el alquiler de la casa,
los empleados, algunos profesores, la ayuda que brindaban a los canillitas en
diferentes maneras.
La formación que les daban era
integral: mecanografía, aritmética, ortografía, lectura, escritura, historia,
dibujo, inglés, taquigrafía, gimnasia, música, carpintería y mimbrería. Más de
uno aprendió allí a leer. Y no sólo eso; se les prestaba libros, les daban
conferencias, les conseguían empleos o los ayudaban a entrar a algún instituto
para aprender un oficio.
Cada día almorzaban y merendaban
allí más de cien chicos. El almuerzo consistía generalmente en sopa, y otros
dos platos. Por supuesto fruta. Y de merienda, te, leche, pan y manteca. Solo
los que podían pagaban por ello una irrisoria suma en centavos, el sentido de
cobrar esa suma tan chica era crearles el sano concepto de la obligación y
acostumbrarlos al ahorro, porque ese dinero se invertía en ellos mismos después
o en los demás, en quien menos podía. Se incentivaba así la solidaridad y el
sentido de la ayuda al que menos tiene. Por supuesto que quien no podía pagar
almorzaba y merendaba de manera gratuita.
No era raro que en Navidad se les
diera un chocolate.
Para inculcar los hábitos de
higiene instalaron baños con agua fría y caliente. Se los proveía de ropa a
precios simbólicos, irrisorios y de manera gratuita a los necesitados. La Casa contaba también con
consultorios médicos y odontológicos que funcionaban día por medio, se hacían
cargo de la salud e inclusive de la internación hospitalaria si el caso lo
requería. Tanto vestimenta como atención médica les daban no solo a los canillitas
sino también a las familias de esos niños o jóvenes (una comisión de damas
visitaba las casa para relevar necesidades y socorrerlas). Para Navidad y Reyes
no era raro que repartieran golosinas y juguetes entre los hermanos de los
canillitas.
En el verano alquilaban una casa
en Ituzaingó donde llevaban a los chicos en colonia de vacaciones durante
veinte días, en turnos de cuarenta chicos por vez, prioridad tenían los más
débiles. Allí, en la colonia, tenían distintas actividades de recreación al
aire libre: desde plantar árboles o jugar fútbol porque tenían equipos
organizados.
En la Casa no dudaban en luchar con
la misma justicia si por alguna “travesura” alguno de los chicos caía preso. No
estaban de acuerdo con que enviaran a un chico bueno a un sitio con delincuentes
y por ello le disputaban a la ley el chico “¡Es un canillita!", decía Sara
Quiroga, la vicepresidente, “¡No puede ser malo, quien trabajando gana su vida
y a veces la de los suyos!”. En general no eran de portarse mal en la Casa, pero si alguno lo hacía
no estilaban castigarlo sino llevarlo a ver su error a través de la reflexión.
La vicepresidente, Sara Quiroga,
era una especie de alma mater de la Casa, una mujer muy querida y
dedicada a los canillitas a quien ellos cariñosamente llamaban Sarita. Y tras
todo aquello el impulso de Clara, y no solo ella, sino el de su padre, el Dr José Figueroa Alcorta, quien estaba también detrás de todo
esto. Lo sabemos no porque él lo haya hecho público, sino
porque en ocasión del fallecimiento del ex presidente en diciembre de 1931, Sara Quiroga le escribió a Clara en su nota de pésame: “esta
Comisión tenía para con él, una deuda de
gratitud y de reconocimiento, pues supo abrir un breve paréntesis a las altas
funciones judiciales que ejercía con eficacia singular poniendo a su servicio
la valiosa contribución de su vasta ilustración, de su talento y de su probidad
intelectual y moral, para dignarse visitar nuestra casa e interesarse de cerca
en nuestra tarea y en nuestra obra”
Guada Aballe.