En 1882 una familia española integrada por Antonio Carballo, María Salgado y su pequeño hijo José de 2 años llegó a Buenos Aires. Se instalaron en casa de doña Tomasa Rivero de Lafuente pues a ella habían sido recomendados.
Tuvieron otro hijito: Antonio Francisco Carballo.
La vida transcurría tranquila hasta que al padre le ofrecieron la posibilidad de un empleo en Paraná, Entre Ríos. Doña Tomasa, encariñada con el pequeño Antonio, rogó que lo dejaran a su cuidado argumentando que el niño recién se recuperaba de una enfermedad y no era bueno que emprendiera ese viaje. Aseguraba que ella misma lo entregaría a sus padres si ellos no regresaban. De mala gana los padres cedieron.
En Paraná el padre encontró ocupación. De inmediato escribió a doña Tomasa para que trajera a Antonio ofreciendo pagar el pasaje o ir él mismo a buscarlo.
Nadie respondió a su carta.
Le escribió entonces el preocupado hombre a la Superiora de la Casa de Expósitos, amiga de Tomasa, para que le entregara ella la carta. En esa misiva indicaba el día que estaría en Buenos Aires para retirar a su hijo.
Cuando llegó el Sr Carballo a la capital se encontró con la desagradable sorpresa de encontrar la casa de Tomasa vacía. No había dejado dirección. El desesperado padre fue hasta la Casa de Expósitos y la Superiora le aseguró haber entregado la carta a la destinataria.
Carballo denunció el caso en la Comisaría pero el chico no apareció más.
La madre, entretanto, rezaba todas las noches a la Virgen para recuperar a su hijo y pedía volver a verlo antes de morir.
Mientras tanto Antonio siguió con Tomasa, creyendo que era su madre y teniendo a Venancio Ruiz por padre. A él mismo lo llamaban José Ruiz. Fue a la escuela. Trabajó para ayudar a quien creía era su madre cuando Venancio Ruiz falleció. Y llegó el momento del enrolamiento, necesitaba una Fe de Bautismo. Doña Tomasa tuvo que confesar la verdad un día al volver el joven del trabajo: “Tu no eres hijo mío, tu no eres José Ruiz. Tu te llamas Antonio Carballo”. Le contó todo.
Tomasa murió en 1904. Antonio guardó buen recuerdo de ella pero anhelaba encontrar a su familia. Buscaba a la vez que trabajaba para ganarse la vida.
El trabajo le dio sus frutos: un terreno en Mataderos, una pieza de madera, luego una casita de material de dos piezas, más tarde cinco piezas. Hacía flores artificiales, fue policía, salvó un chico que había caído en el arroyo Cildáñez…
Hasta que una extraña coincidencia iba a dar final feliz a esta historia.
Ocurrió que un vendedor del diario “La Argentina”, de nombre Pedro, trabajaba donde Antonio tenía su puesto y no podía dejar de observar a ese policía porque lo veía muy parecido al ex administrador del diario y en ese momento inspector general José Carballo y a su hermano Pedro. Un día el canillita no aguantó más la duda y le preguntó al policía si no era hermano de “unos señores Carballo que hay en La Argentina”.
Fue el comienzo de un feliz reencuentro. Una amistad del vendedor, José Pratolongo junto con su hijo, se encargó de unir a los hermanos nuevamente. La madre, María Salgado que no había dejado de rezar durante 32 años pudo volver a abrazar a su hijo. Era el lunes 16 de marzo de 1914. La Fe de una madre.
Guada Aballe
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