sábado

TESTIMONIOS DEL PASADO LEJANO II


Don Carlos Villabós llegó a una avanzada edad al año 1914. Y siguió trabajando, según él, “defendiendo presos”, consideraba que “trabajar es vivir”.
Interrogado acerca de sus recuerdos por el ávido periodista de “El Hogar” contó como había salvado la vida tras la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852. El había estado en la batalla como ayudante de Chilavert.
Habían acampado en Caseros el día 2 al clarear el día. El 3 de febrero a las siete de la mañana don Carlos vio a Juan Manuel de Rosas montado en un brioso caballo oscuro.
Carlos Villabós recordaba el diálogo entre Rosas y Chilavert:
“-¿Qué le parece la línea?
-Está pésima, excelencia. Esta es la obra de los traidores.
-Rompa el fuego en cuanto vea la bandera de Urquiza”
Y esa fue la última vez que Villabós vio a Rosas.
Los recuerdos de la batalla de Caseros estaban en su mente: Chilavert había sostenido la defensa varias veces, la aparición de Catriel al mando de 200 aborígenes armados a lanza arrojándose contra las filas de Urquiza...”Los indios murieron en su totalidad”.
Horas más tarde fueron rodeados por varias divisiones de caballería y las fuerzas federales estaban derrotadas. Herido en un brazo, don Carlos huía a caballo pero el animal se cayó y fue alcanzado por un grupo de correntinos. Le arrebataron las espuelas y un soldado preguntó al cabo si lo degollaba. La respuesta de éste lo salvó: “No, no lo degollés, hombre, que es oficial y nos puede servir”.
Fue Villabós testigo cuando el día 4 Chilavert recibió la notificación que sería fusilado: “Yo lo vi morderse el bigote de rabia” y que Chilavert fue ejecutado en la costa del Maldonado “sin que sus labios dejaran escapar una sola queja”.
Antes de Caseros Villabós había sido escribiente de Rosas desde el 20 de octubre de 1851. Sostenía que “Rosas no fue el déspota que pinta la historia” y escribió de su puño y letra una notita para ser publicada en la revista que decía. “El gobierno de Rosas fue un gobierno bueno dentro de la época. Carlos B. Villabós”.
Se publicó en “El hogar” Nº 250, 25 de enero de 1914.

Guada Aballe

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